Cuando se piensa en los valores se olvida de aquellas virtudes, principios o cualidades que determinan la trascendente identidad de la sociedad. Los conceptos que definen la cultura, la religión, las tradiciones y la vida en comunidad que tienen como contrapartida acciones que tienden a perderlos, esconderlos o tal vez ocultarlos bajo presión.
Así entonces crece la angustia y el malestar donde solo se busca prevalecer por sobre toda situación, con individualismo y falta de consideración ante realidades de creciente preocupación y desamparo.
En estos tiempos de crisis y falta de horizontes, la conducción más importante del gobierno derrama la sensación de los desvalores o la metamorfosis del “todo vale” que destruye tradiciones y costumbres de siglos.
A las infantiles disputas de poder, que solo fomentan división y desconfianza, se suman la obcecada puesta en escena de temas de trascendencia limitada y el destrato de las urgencias y las medidas inmediatas, para evitar la profundización de peligros cada vez más cercanos.
Cambios que no cambian la estrategia o sólo muestran la verdadera intención de mantenerse en las sombras, se suceden en el marco de escándalos, pirotecnia verbal y alejamiento de los problemas acuciantes.
Una cadena nacional se usa para el despropósito de no dar la información contundente que todos reclaman sobre la provisión de vacunas, para no tener la persistente amenaza de una nueva ola de enfermedad y muerte.
Se deja de lado así la idea de entender que los valores no son palabras, sino las causas que defendemos y merecen mantenerse como la cooperación y el respeto mutuo para vivir en sociedad.
Hoy la lealtad es generada por la fuerza, la humildad es silencio, la disciplina sólo una condición para seguir teniendo algún beneficio y la tenacidad sólo un instrumento para resistir sin certezas de cambio.
Se entiende que los valores se convierten en destino con el coraje de buscar salidas aún sin tener las fuerzas necesarias. En estos tiempos se hace inconsistente la esperanza, que es el pilar que sostiene al mundo y conforma el sueño de un hombre despierto.
Las disidencias se profundizan y en lugar de censurar a los que no piensan igual, no se busca comprender las otras ideas, destruyendo los valores de la tolerancia y el bien común.
Haciendo siempre lo mismo sólo se logra el mismo resultado, que por cierto es evidentemente destructivo, perdiendo el valor de la flexibilidad, adaptarse y aprender a generar cambios indispensables en nuestras vidas. En estos tiempos es inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los actos realizados y las opiniones difundidas.
No existe la capacidad de aceptar los errores y hacer frente a las consecuencias. No es ninguna sorpresa que la palabra “valores” venga de una palabra que significa «ser digno de algo».
La mayoría considera a sus valores tan preciosos que luchan para defenderlos, y es tiempo de activar el respeto, la solidaridad, la educación, el esfuerzo, el amor, el orden, la paz, la libertad, la justicia, la tolerancia, la equidad, la honestidad, el compromiso, la cultura del trabajo y la responsabilidad.
Esto es ni más ni menos asumir la dificultad extrema de la realidad y cumplir con los compromisos y obligaciones. Esperan respuesta los que en silencio y desesperanza, marcan el paso hacia un abismo que sólo parece tener barreras de contención para los que aún creen en los cuentos infantiles y el final feliz.
Mientras tanto Dios y la Patria están analizando la demanda que puede resultar duramente inédita en la historia del país. Sólo es indispensable valor para recuperar los valores.